En el primer día de su visita a Portugal con motivo de la Jornada Mundial de la Juventud, el Papa Francisco mantuvo el tradicional encuentro con las autoridades, la sociedad civil y el cuerpo diplomático.
En su discurso, inspirado en la vocación oceánica del país, hizo una reflexión sobre el alma de Europa y planteó tres “laboratorios de esperanza”: el medio ambiente, el futuro y la fraternidad.
A continuación, las palabras pronunciadas por el Santo Padre en el Centro Cultural de Belém este miércoles 2 de agosto de 2023:

 Señor presidente de la República, señor presidente de la Asamblea de la República, señor primer ministro, miembros del Gobierno y del Cuerpo Diplomático, autoridades, representantes de la sociedad civil y del mundo de la cultura, señoras y señores:
Saludo cordialmente a todos ustedes y agradezco al señor presidente la bienvenida y las cordiales palabras que me ha dirigido. Me siento contento de estar en Lisboa, ciudad de encuentro que abraza diferentes pueblos y culturas, y que en estos días se vuelve todavía más universal; se transforma, de alguna manera, en la capital del mundo.

Esto se ajusta bien a su carácter, porque los jóvenes son el futuro, multiétnico y multicultural ―pienso en el barrio Mouraria, donde viven en armonía personas provenientes de más de sesenta países―, y descubre el rasgo cosmopolita de Portugal, que ahonda sus raíces en el deseo de abrirse al mundo y explorarlo, navegando hacia horizontes nuevos y más amplios. Navegando.
No lejos de este lugar, en Cabo da Roca, hay un monumento con una lápida que lleva esculpida una frase de un gran poeta de esta ciudad: “Aqui… onde a terra se acaba e o mar começa” (L. VAZ DE CAMÕES, Os Lusíadas, III, 20).
Durante siglos se creyó que allí terminaba el mundo, y en cierto modo es verdad; estamos en el fin del mundo, porque este país limita con el océano, que delimita los continentes. Lisboa lleva el abrazo y la fragancia de este océano, por eso también yo me uno a este canto que aman los portugueses: “Lisboa tem cheiro de flores e de mar” (A. RODRIGUES, Cheira bem, cheira a Lisboa, 1972).
Un mar que es mucho más que un elemento paisajístico, es una vocación impresa en el alma de cada portugués: “Mar sonoro, mar sem fundo, mar sem fin” como lo llamó una de vuestras poetisas (S. DE MELLO BREYNER ANDRESEN, Mar sonoro).
Frente al océano, los portugueses reflexionan sobre los inmensos espacios del alma y el sentido de la vida en el mundo. Y yo también, dejándome llevar por la imagen del océano, quisiera compartir algunos pensamientos.
Según la mitología clásica, Océano es hijo del cielo (Urano); su inmensidad mueve a los mortales a mirar hacia lo alto y a elevarse hacia el infinito. Pero Océano también es hijo de la tierra (Gea) que abraza, invitándonos, de esta manera, a arropar con la ternura a todo el mundo habitado. Es así, el océano no une solamente pueblos y países, sino también tierras y continentes; por eso Lisboa, ciudad del océano, nos recuerda la importancia del conjunto, el valor de las fronteras como zonas de contacto, no como barreras que separan.

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