Estaba internado en una clínica en Roma. En nombre del Papa Francisco había recibido la Medalla de Oro del pontificado de manos del cardenal Gianfranco Ravasi, Presidente del Consejo Pontificio para la Cultura, quien afirma: con su música Morricone expresaba lo inefable y lo invisible.
El músico y compositor Ennio Morricone, uno de los más famosos autores de bandas sonoras de la historia del cine, murió en Roma a la edad de 91 años. Fue hospitalizado en una clínica romana por una caída. Murió al amanecer «con el consuelo de la fe», anunció en una nota su amigo y abogado Giorgio Assumma. El maestro «ha conservado hasta el final una completa lucidez y una gran dignidad. Saludó a su amada esposa María, que lo acompañó con dedicación en todos los momentos de su vida humana y profesional y estuvo con él hasta el último suspiro». El funeral tendrá lugar en privado «con respeto al sentimiento de humildad que siempre ha inspirado los actos de su existencia».
Más de 500 bandas sonoras
Nacido en Roma el 10 de noviembre de 1928 y graduado como trompetista y director de orquesta en el Conservatorio de Santa Cecilia, Ennio Morricone está indisolublemente ligado al nombre de Sergio Leone, con quien alcanzó fama internacional por las bandas sonoras de sus películas, desde «Por un puñado de dólares» hasta «Érase una vez en América». En su carrera compuso más de 500 bandas sonoras incluyendo las de «Cinema Paradiso» y «La Misión», trabajando también con Pasolini y Gillo Pontecorvo en la «Batalla de Argel». Ganador de un Oscar por su carrera en 2007 y por » Los odiosos ocho » de Quentin Tarantino en 2016, Morricone, también ha arreglado grandes clásicos de la música pop italiana de los años 60 como «Se telefonando» y «Sapore di sale».
Entre la música y la fe
En 2019 había recibido de Papa Francisco la Medalla de Oro del Pontificado «por su extraordinario compromiso artístico, que también tuvo aspectos de naturaleza religiosa». Fue el cardenal Gianfranco Ravasi, presidente del Consejo Pontificio para la Cultura, quien le otorgó materialmente el premio. «Estoy cercano con afecto a su esposa María y a su familia al recordar al maestro Ennio Morricone», escribió en un tweet: «Lo confío a Dios para que lo acoja en la armonía celestial, quizás asignándole la tarea de alguna partitura para ser ejecutada por los coros angelicales». El año pasado se había despedido de las escenas y, sorprendentemente, había accedido a dirigir un concierto en la sala Pablo VI del Vaticano. «No podía decir que no», fueron sus palabras. Para el Cardenal Gianfranco Ravasi, presidente del Consejo Pontificio para la Cultura, aun en la diversidad de géneros, la música de Morricone expresaba espiritualidad y religiosidad.
Entrevista al Cardenal Gianfranco Ravasi:
¿Qué ha representado Ennio Morricone en la cultura no sólo musical de nuestro tiempo?
Por el conocimiento que he tenido de él, gracias a varios encuentros, los recuerdos de Ennio Morricone son muchos. Debo admitir que no sólo se recordará la gran línea cinematográfica. Sabemos lo original y significativo que fue en este campo, especialmente en el mundo católico, con la película «La Misión» como ejemplo fundamental, pero debo recordar a Morricone por lo menos por dos acontecimientos particulares, que fueron exquisitamente espirituales: por un lado el del encuentro y la estancia con él durante unos días en Polonia, cuando preparó un oratorio para Juan Pablo II. El segundo evento es el más reciente, el 15 de abril de 2019, cuando le entregué, en nombre del Papa Francisco, la Medalla de Oro del Pontificado por su obra musical. Estos dos momentos dan testimonio de lo que siempre ha atestiguado: su Fe.
¿Había algo religioso en la música de Morricone, ya sea que musicalizara películas del Oeste o también películas de carácter religioso, como «La Misión» que usted mencionó?
Ciertamente él tenía, debo decir, un interés particular en poder hacer también música digamos, sacra, o en un sentido amplio, religiosa. Morricone me lo dijo más de una vez, también porque estaba esta dimensión espiritual y religiosa en su música. Este aspecto estaba dentro de él: crear música en cuanto tal, así como él la expresó, pasando, de alguna manera, por la diversidad de géneros más impensables. Pensemos que se parte de «Por un puñado de dólares» o «Érase una vez en América» de Sergio Leone, pasamos por «La Batalla de Argel» de Gillo Pontecorvo, pero también por «Pajarracos y pajaritos» de Pier Paolo Pasolini y muchos otros. Debo decir que siempre la gran música, sin embargo, que él propuso tiene dentro de sí lo que se ha afirmado en la gran tradición, es decir, que la música es en cierto modo el lenguaje de la trascendencia, el lenguaje que narra el misterio. Incluso cuando habla secularmente, su belleza es algo que nos lleva paso a paso hacia lo eterno y lo infinito.
Con Morricone la música no sólo es “comentario”, sino también “protagonista” junto con la imagen; ¿es este el valor añadido que Morricone ha dado a la música?
Es cierto, de hecho hay que destacar, por lo que pude escuchar incluso de él mismo, la atención que tenía por la función del comentario sonoro. De hecho, una vez lo invité explícitamente a mi dicastero, el Consejo Pontificio para la Cultura, durante una sesión plenaria a hablar sobre el tema de la belleza, a partir de su experiencia como músico, y dijo algunas cosas muy originales. Hay dos grandes experiencias, que son, por un lado, la auditiva, que es precisamente la de la música, donde la escucha es fundamental, y, por otro lado, la visiva, que es el descubrimiento de cómo la música evoca, hace intuir, consigue representar los hechos de forma eficaz. Si repasamos las películas de las que Ennio Morricone compuso la banda sonora, es casi espontáneo recordar no sólo la dimensión visiva, sino también la dimensión sonora. Hay un hilo musical, que va de la mano con el de la imagen, estrechamente ligado. Esto vale para “La Misión”: en este caso de manera significativa el comentario musical es de carácter religioso e ilustra el tema de la película, que es el tema de la misión. Por eso creo que todos debemos estar agradecidos a Ennio Morricone, creyentes y no creyentes por igual, pero sobre todo a los creyentes – a los que él pertenecía – por haber sido capaz de expresar lo inefable y lo invisible al mismo tiempo, que son el alma de la religión.