La pandemia del Covid-19 no sólo requiere respuestas inmediatas y urgentes en materia de atención de la salud, sino también proyectos a largo plazo para reconstruir el tejido social y comunitario, que se ha visto gravemente afectado por el virus.
«Nos encontramos en una nueva fase, caracterizada por muchas dificultades y otras tantas repercusiones, en la que estamos llamados a afrontar retos más complejos, de los que la crisis provocada por la pandemia no está separada, sino que es parte integrante»: con esta apertura se abre el número 22 del Boletín Semanal sobre las personas vulnerables y frágiles en movimiento en la era de Covid-19, editado por la Sección de Migrantes y Refugiados del Dicasterio para el Desarrollo Humano Integral. «El coronavirus no es la única enfermedad a combatir – se lee. Más bien, la pandemia ha puesto de relieve otros males sociales». La salida de una crisis es, por lo tanto, «un momento crucial, que define el futuro de la sociedad». Es tiempo de seguir una vida de servicio, un don de la propia vida para el otro, para crear una sociedad más justa, menos individualista y más atenta al medio ambiente». De ahí la invitación del Dicasterio a detenerse en esta «nueva fase que examina las buenas prácticas de los actores católicos para crear un futuro mejor, fomentar la integración en nuestra sociedad común y reconstruir nuestro hogar común».
Ejemplos en Nigeria, Israel e India
En el mundo hay muchas «buenas prácticas» aplicadas por los católicos: en Nigeria, en las regiones nororientales, por ejemplo, el Servicio Jesuita para Refugiados ofrece programas de capacitación agrícola a través de una Escuela de Cultivo y una Escuela de Comercio. Aquí los estudiantes aprenden técnicas agrícolas modernas y sostenibles y reciben diversas semillas y fertilizantes respetuosos con el medio ambiente y útiles para el control de las enfermedades orgánicas. En Israel, en cambio, la colectividad de refugiadas africanas, llamada «Kuchinate», fabricaba máscaras y muñecos de tela que luego se ponían a la venta. El producto representa una fuente de sustento para las mujeres africanas que solicitan asilo en el país. La colectividad cuenta con 200 miembros activos y ha sido apoyado por varias organizaciones benéficas católicas, incluyendo las Hermanas Combonianas, la española «Manos Unidas» y una parroquia en Suiza. En el estado indio de Bihar, 84 sacerdotes de la Arquidiócesis de Patna han renunciado a parte de sus ingresos mensuales en favor de los pobres y los desempleados. De esta manera, la Iglesia Católica pudo proveer asistencia a los necesitados, producir y distribuir máscaras protectoras y gel desinfectante, y lanzar programas de concientización sobre el coronavirus. En la región, alrededor del 33% de la población vive por debajo del umbral de pobreza, y más de un millón de trabajadores migrantes internos se han encontrado sin empleo debido a la pandemia.
D’Ambrosio (Gregoriana): reconectar el tejido de las relaciones
Pero, ¿cómo podemos asegurarnos de que estas «buenas prácticas» no terminen con el fin de la pandemia, sino que adquieran una importancia más amplia y global a largo plazo? La respuesta principal está en la reconstrucción del tejido social, como explica el Padre Rocco D’Ambrosio, Profesor de Ética Pública en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Gregoriana de Roma:
R. El principal problema, en este período de crisis sanitaria, son las relaciones y las limitaciones que tienen las relaciones, debido a la máscara, las distancias, los lugares que no pueden ser frecuentados. Por lo tanto, la buena práctica a poner en marcha es reconectar el tejido de las relaciones. Y la comunidad es un tejido de relaciones. Entre otras cosas, el virus afecta al sistema respiratorio y, por lo tanto, afecta a nuestra capacidad de hablar, porque tenemos dificultades para hacerlo. Y eso es precisamente en lo que tenemos que centrarnos: ¿cómo podemos volver a tejer las relaciones, a pesar de todas las limitaciones? A veces, creo que es un poco superficial pensar que para reconstruir las relaciones, basta con conectarse a Internet, hacer una videollamada, porque esto se vuelve un poco demasiado cómodo y, en otros aspectos, peligroso. En cambio, son las relaciones las que necesitan ser reiniciadas. Además, incluso el Papa, en la Encíclica «Fratelli tutti, sobre la fraternidad y la amistad social, no hace más que hablar de la calidad de las relaciones.
P. ¿Cómo podemos concretar, empezando por las pequeñas cosas cotidianas, el deseo del Papa de fraternidad y amistad social?
R. Creo que la Encíclica va en contra de la tendencia, en el sentido de que mientras esta crisis nos lleva a aislarnos, a tener un cansancio en las relaciones, «Fratelli tutti» nos estimula a abrirnos, a crear hermandad. Hay tres elementos que me llamaron la atención: en primer lugar, la crítica constructiva de lo que estamos viviendo, del individualismo, de ciertos mecanismos económicos y políticos. Luego, el Papa hace una lectura de las raíces antropológicas de la fraternidad y luego hace una profundización de la misma. Cuando hablamos de la necesidad de volver a tejer las relaciones, damos por sentado la pregunta: «¿Qué piensas de las relaciones? ¿Qué valor tiene el otro para ti? Si estás encerrado en tu individualismo, es obvio que no estás abierto a las relaciones. Y el tercer paso es el educativo: en este momento, estamos llamados a una prueba de 360 grados, en el sentido de que tenemos que preguntarnos: «¿Cómo he concebido mis relaciones hasta ahora? ¿Y cómo puedo mejorarlas?» Las expresiones que usa el Papa – «Estamos todos en el mismo barco», «Debemos salir de esto juntos», «Nos deudores los unos con los otros» – indican que, para algunos de nosotros, ya no son verdad. Por lo tanto, debemos educarnos, formarnos a nosotros mismos, y esto no sólo concierne a los jóvenes, sino también a los adultos y a los ancianos.
P. El miedo al otro y la falta de integración fueron algunas de las consecuencias sociales más fuertes de la pandemia. ¿Cómo superarlas ahora?
R. El miedo se hace realidad cuando no podemos interpretar lo que está sucediendo, lo desconocido que está delante de nosotros. No debemos ocultar que la crisis sanitaria es aterradora: el virus es impredecible y lo único que hemos comprendido es que su lógica es universal. Esto crea terror, pero hay antídotos para el miedo. Yo, como creyente, me digo a mí mismo: «¿Qué sentido tiene recitar el salmo ‘El Señor es mi pastor’ y luego, poco después, tener miedo del virus? Los miedos se superan, por lo tanto, creando un espacio interior y esto se aplica a todos, no sólo a los creyentes. Es en la interioridad donde recompongo el mosaico de mí mismo, el mosaico de mis relaciones con el otro y venzo los miedos con puntos fijos.
P. El Covid-19 también ha puesto de relieve la necesidad de salvaguardar la Creación, porque – como el Papa ha dicho a menudo – todo está conectado. Entre las «buenas prácticas», entonces, ¿también está la protección del medio ambiente?
R. Ciertamente, sin ninguna duda. ¿Pero se percibe realmente esta conexión? Es decir: ¿están cambiando realmente nuestras formas de enfocar la Creación? La Carta Encíclica del Papa Francisco «Laudato si’ sulla cura della casa comune» sigue ahí, en el sentido de que la hemos celebrado, pero ¿cuántas prácticas ha determinado, a nivel personal y comunitario? El «todo está conectado» no sólo entre nosotros, sino también con la naturaleza, aún no se ha convertido en un lenguaje universal. Muchas veces, la joven Greta Thunberg todavía me parece un poco solitaria, en el sentido de que necesita una concientización de todos. Todo está conectado, así que nuestra salud también depende de esta conexión.
P. ¿Necesitamos también una política con altos ideales, no sujeta a los intereses de las finanzas, sino al servicio del bien común?
R. Me refiero al quinto capítulo de «Fratelli tutti», el de «La Mejor Política» porque en él el Papa declina el bien común. Es un concepto tan amplio que incluye todo, desde la comida y el alojamiento hasta la libertad religiosa. Sin embargo, hay que reconocer que en algunos círculos, incluso eclesiales, muchas veces la referencia al bien común es un poco retórica. ¿Qué es, en cambio, su declinación? El Papa hace que comience con el problema del trabajo, porque el trabajo es una traducción del bien común. Más tarde, el Papa dice que el mercado y las finanzas deben garantizar el bien de todos y no crear «descartes»; habla de «buenas prácticas» que la política debe implementar. Así que debemos pedirle a la política el bien común, pero debemos pedirle que lo decline con políticas particulares a favor de los pobres, los migrantes, el medio ambiente, la solidaridad con los desempleados. De esta manera, estamos dando un salto cualitativo también como un anuncio evangélico sobre la política.
P. ¿Cuál es la misión de la Iglesia en este contexto? ¿Qué papel juega en este momento histórico?
R. La misión de la Iglesia es alta y es urgente, porque el Papa es uno de los pocos líderes del mundo que mira un poco más adelante de la realidad contingente. No debemos dejarlo solo. No es casualidad que el Papa, en «Fratelli tutti», se refiera no sólo a la pandemia de Covid-19, sino también a la crisis económica del 2007, por lo que la suya es una profecía madurada en el tiempo que requiere que las comunidades mirenmuy adelante, traigan esperanza. Una esperanza que no es vacía, sino fundada: es la esperanza de la fraternidad, de las relaciones que se construyen. La pregunta que debemos hacernos, entonces, es la siguiente: «¿Estamos viviendo nuestra misión de manera profética, llevando una palabra verdadera, auténtica y significativa a la humanidad? Pensemos en lo fuerte que es la expresión del Papa en la Encíclica: «Estamos hechos de la misma carne» (n. 8). Es una hermosa expresión que recuerda la Encarnación, esta concreción de la humanidad que debe caminar hacia mejores metas. Por lo tanto, la misión de la Iglesia hoy es alta, es profética y es urgente.