Una esperanza oculta, pero que brilla con fuerza: este es el significado de la Navidad de 2020 destacado por Monseñor Jorge Eduardo Lozano, arzobispo de San Juan de Cuyo en Argentina, y Secretario General del CELAM (Consejo Episcopal de América Latina), en un artículo publicado en el número de Navidad de la revista española «Vida Nueva».
Una esperanza que nace de la fe
En estos tiempos de crisis por la pandemia de Covid-19, escribe el prelado, hay un eco constante, desde muchos sectores, de «la llamada a la esperanza», pero es una invitación que se entrelaza, en profundidad, con algunas preguntas sobre la fe. «¿Qué es lo que Dios quiere decirnos a través de todo esto? – pregunta Monseñor Lozano – ¿Y se puede tener esperanza sin ser creyente?». De ahí el énfasis que hace el prelado: la esperanza no es una «fórmula mágica», ni debe ser «confundida con el optimismo» o con «una ilusión». Por el contrario, «nos mantiene con los pies en la tierra para proyectarnos al futuro» y sobre todo «nos mantiene firmes» en momentos «tormentosos» como el presente.
Solidaridad frente al impacto de la pandemia
Las repercusiones emocionales, económicas y sociales de la pandemia son muchas y diversas y, según el Secretario General del CELAM, «ha puesto de relieve muchas desigualdades», causando «la pérdida de trabajo, el aumento de la violencia doméstica, el sacrificio de la vida para los que están en primera línea» y terminando «asfixiando los sueños» de los que no pueden seguir adelante.LEA TAMBIÉN23/12/2020
Celam. En esta navidad volvamos la mirada hacia los más necesitados
Al mismo tiempo, sin embargo, se han multiplicado las «expresiones de solidaridad», gracias en parte a «las comunidades religiosas, las organizaciones sociales, las empresas individuales y todos aquellos que tratan de hacer frente a las situaciones más urgentes». «La gente no quiere darse por vencida», subraya Monseñor Lozano, «por eso también han crecido las iniciativas religiosas en línea», porque «la fe no nos aliena con ilusiones», sino que «nos da la fuerza necesaria para ser testigos de la nueva vida del Señor». Especialmente en estos tiempos difíciles, por lo tanto, «estamos llamados a ser una Iglesia saliente, misionera y sinodal», abriendo «nuestros corazones a los muchos que han sido afectados por la pandemia», como los enfermos, los desempleados, las familias en dificultades.
Curar las heridas de la humanidad
Esto es fundamental, escribe de nuevo el obispo, en un momento en que «la noche parece invadirlo todo», «la ley del más fuerte parece prevalecer» y «los abusos de poder parecen no tener límites», haciendo a los pobres cada vez más pobres y a los ricos cada vez más ricos. De ahí la última exhortación a tener fe que «no es una abstracción, sino un vínculo con el Cristo vivo y con la comunidad». «A Él dirigimos nuestra mirada para curar las heridas de la humanidad desolada», concluye Monseñor Lozano, «porque a través de la muerte y la resurrección de Jesús, Dios nos hace su familia y nos libera.