Cada 30 de abril la Iglesia celebra la Fiesta de San Pío V, pontífice que ocupó un lugar protagónico en defensa de la Iglesia y de la Europa cristiana del siglo XVI. San Pío V fue el organizador de las fuerzas que detuvieron la invasión musulmana en la famosa batalla de Lepanto, triunfo que dedicó a la Virgen del Rosario.
Antonio Ghislieri -nombre de pila de San Pío V- nació en Bosco (Italia) en 1504. Tuvo que cuidar ovejas y trabajar en el campo porque sus padres eran muy pobres. En la adolescencia, una familia generosa le costeó los estudios, en agradecimiento, al percatarse de que su hijo, llamado también Antonio, se comportaba mejor desde que se hizo amigo del Santo.
Gracias a ese apoyo generoso, Antonio pudo estudiar con los dominicos y descubrir su vocación religiosa. Ya más maduro en la fe, pidió ser aceptado en la Orden de Predicadores. Con el correr del tiempo fue asumiendo puestos de servicio y responsabilidades dentro de la Orden, hasta que el propio Pontífice lo nombró obispo y, posteriormente, inquisidor y comisario.
El Santo recorrió a pie pueblos y ciudades alertando a los fieles sobre los errores y herejías provocadas por luteranos y protestantes. Por eso, se convirtió en blanco de amenazas de todo tipo y conspiraciones para matarlo. Sin embargo, Antonio siguió anunciando la verdad. El Papa Pio IV lo nombró cardenal y le encargó ser la cabeza que guíe a la Iglesia en defensa de la recta doctrina.
Cuando murió el Papa Pío IV, San Carlos Borromeo personalmente sugirió a muchos cardenales el nombre de Antonio Ghislieri como el hombre más apropiado para asumir el papado. El cónclave votó a su favor, razón por la cual el obispo mons. Ghislieri se convirtió en el nuevo Papa, tomando el nombre de Pío V.
Desde el inicio de su pontificado, San Pío V dio muestras de su vocación de servicio a los más pobres. Pidió que no se realicen grandes banquetes en su honor y que el dinero ahorrado se use para ayudar a los mendigos de Roma. Por otro lado, Pio V dio muestras de sencillez y cercanía con el pueblo católico. En una oportunidad se encontró en la calle con su viejo amigo Antonio, cuya familia le pagó los estudios, y lo nombró gobernador del cuartel del Papa. Un gesto de gratitud de ese estilo, además de la humildad por no ocultar sus orígenes en la pobreza, conquistó el corazón de la gente para siempre.
El nuevo Pontífice tenía mucha devoción por la Eucaristía y el rezo del Santo Rosario. Asimismo, se convirtió en un gran difusor de la piedad filial a la Madre de Dios.
Ordenó que los obispos y párrocos residan efectivamente en los territorios o diócesis que se les encargaba, para que no descuiden a sus fieles; bajo su gobierno fueron publicados un nuevo misal, una nueva edición de la Liturgia de las Horas, así como un nuevo catecismo.
El Misal de San Pío V contiene el rito en latín que puede celebrarse actualmente de manera universal por los sacerdotes que así lo deseen. Fue a través del decreto pontificio del 7 de julio de 2007 -promulgado en forma de motu proprio «Summorum Pontificum» por el Papa Emérito Benedicto XVI- que se autorizó de forma explícita la potestad de celebrar la liturgia tradicional (antiguo ordinario). El misal de San Pio V había sido el preponderante en la liturgia de la Iglesia Católica hasta 1962, cuando fue reemplazado por el “Novus Ordo” (Nuevo Ordinario), aprobado como parte de la reforma litúrgica del Concilio Vaticano II.
Lepanto
Durante el pontificado de San Pío V, los musulmanes amenazaron con extender su zona de influencia en Europa más allá de la península hispánica y, de esa manera, acabar con la religión católica. Desde Turquía salieron cientos de miles de guerreros musulmanes rumbo a Europa occidental. Los invasores iban arrasando todo a su paso: pueblos, iglesias, monasterios y cualquier vestigio que fuese expresión de catolicismo. Los musulmanes anunciaron que la Basílica de San Pedro se convertiría en la pesebrera de sus caballos. Fue tal el temor generado por la crueldad de los guerreros islámicos que ninguna nación europea quería enfrentarlos.
Entonces, el Papa buscó la ayuda de todas las casas y coronas europeas y logró organizar una armada naval y un ejército sin precedentes. Él personalmente bendijo a los valientes que zarparon en defensa de la civilización cristiana. Pio V también pidió que todo soldado se confiese y comulgue antes de la batalla; y que participen de la Santa Misa. Mientras tanto, el Pontífice ordenó que quienes se queden en las ciudades como Roma, recen asiduamente el Rosario por los ejércitos defensores de la fe.
Aún siendo los musulmanes superiores en número de milicianos y de embarcaciones, se encontraron con una armada católica fortalecida por su fe. El encuentro se produjo en el golfo de Lepanto, cerca de Grecia. Los jefes cristianos previamente habían obedecido al Papa y ordenaron que los soldados rezaran el Rosario antes de la batalla, la que se produjo el 7 de octubre de 1571.
Cuando empezó el combate, el viento estuvo en contra de las fuerzas europeas hasta que de un momento a otro cambió de dirección, entonces los barcos cristianos se lanzaron al ataque, obligando a los musulmanes a huir.
San Pío V, sin haber recibido noticias de lo sucedido, se asomó por la ventana y dijo a los cardenales: «Dediquémonos a darle gracias a Dios y a la Virgen Santísima, porque hemos conseguido la victoria».
El Papa como agradecimiento mandó que cada 7 de octubre se celebre la fiesta de Nuestra Señora del Rosario, y que en las letanías se incluya la siguiente petición: «María, Auxilio de los cristianos, ruega por nosotros», letanía que siglos después sería un emblema espiritual de otro Santo italiano: San Juan Bosco.
CCJ NOTICIAS.