El Papa Francisco ha roto -al fin- su polémico silencio sobre la crisis que atraviesa Nicaragua, pero sin mencionar o denunciar la atroz represión que sufre la Iglesia Católica en ese país centroamericano.
Su Santidad ha mantenido un controvertido silencio hasta el pasado domingo 21 de agosto, cuando habló desde la Plaza de San Pedro en el Vaticano sobre Nicaragua en términos generales, pero no específicos: eso sí, mostró su “preocupación y dolor” por la situación en ese país y exhortó a “un diálogo abierto y sincero”.
”Sigo con cercanía la situación en Nicaragua que afecta a personas e instituciones y quisiera expresar mi convicción y mi deseo que de por medio de un diálogo abierto y sincero se pueden encontrar las bases para una convicción respetuosa y pacífica”, dijo el Papa.
Bonitas palabras y deseos. Pero no era lo que esperaban los decepcionados católicos nicas. Salvo que haya que sobre entender sus palabras. Es decir, trascender el contenido diplomático de sus palabras para entender lo que quiso decir y no dijo.
Ninguna mención a la detención domiciliaria del obispo de Matagalpa, Rolando Álvarez, al encarcelamiento de unos cinco sacerdotes, el cierre de siete emisoras de radio católica, la expulsión del país de 18 monjas y del Nuncio Apostólico, el reverendo polaco Waldemar Stanislaw Sommertag.
El Papa argentino sigue, prácticamente, con su silencio de varias semanas sobre la verdadera situación en Nicaragua. ¿O es poco lo que pueda hacer? ¿O es mejor mantener un discreto silencio para no agravar aún más la situación de su Iglesia en ese país?
¿Por qué ese silencio del Santo Padre argentino ante las atrocidades que está cometiendo la dictadura del presidente Daniel Ortega y de su esposa, la portavoz y vicepresidenta, Rosario Murillo, no solo contra su propia Iglesia, también contra el pueblo nicaragüense?
Cuando le fue impedido salir de su casa, el 4 de agosto, al obispo de Matagalpa, Rolando Álvarez, cinco de sus sacerdotes fueron encarcelados en la tenebrosa prisión de “El Chipote”, donde están recluidos más de cien líderes opositores, incluyendo algunos de los siete candidatos a la presidencia de las elecciones fraudulentas del año pasado.
El obispo Álvarez, un permanente opositor del sandinista Ortega, fue acusado por el gobierno de “persistir en actividades provocadores y desestabilizadoras”. Y más de cien, organizaciones no gubernamentales, han sido clausuradas.
El obispo y cinco sacerdotes de su diócesis han sido secuestrados y llevados por la policía a la capital, Managua, donde permanecen bajo arresto domiciliario. Y todo eso lo sabe el Papa.
“Un silencio Papal no significa inactividad o falta de decisión, no nada de eso, significa que se está trabajando en otros planos y en el momento en que el Santo Padre vea prudente, por supuesto tendrá una intervención”, aseguró al portal “Aleteia” Rodrigo Guerra López, el filósofo mexicano al servicio del Papa en temas sobre América Latina.
Me hago eco del periodista argentino Andrés Oppenheimer cuando en su columna en el diario “El Nuevo Herald” de Miami y en decenas de otros diarios en América Latina, escribe que “es difícil decidir que es más escandaloso, si la decisión del dictador nicaragüense Daniel Ortega de cerrar siete estaciones de radio de la Iglesia Católica y ordenar el arresto domiciliario de un obispo o el silencio total del Papa Francisco sobre estos ataques contra su propia gente”.
“El silencio del Papa sobre Nicaragua es apenas uno de varias sorprendentes omisiones recientes de su parte…recientemente encontró el tiempo para hacer un viaje de seis días a Canadá para pedir perdón por los abusos de la Iglesia en el siglo XIX… ¿que era más importante?”, escribió Oppenheimer.
¿Qué buscan Daniel Ortega y Rosario Murillo, aparte de silenciar una voz opositora?
En una carta firmada por 26 ex Jefes de Gobierno y de Estado de España e Iberoamérica que condenan esa pauta autoritaria, responden a esa pregunta: “ El propósito de todas esas acciones es palmario: destruir las raíces culturales y espirituales del pueblo nicaragüense a fin de dejarlo en la anomia y hacerlo fácil de presa de dominio mediante la destrucción de su dignidad y la fractura de sus raíces culturales”.
El periodista Juan Vicente Boo, ex corresponsal del diario “ABC” de Madrid en el Vaticano y un experto en temas vaticanistas, le dijo a la publicación “Alfa y Omega”, que la Santa Sede tiene que actuar con “prudencia y discreción”: “Una condena enérgica por parte del Santo Padre podría provocar una represión todavía más fuerte contra los católicos del país”, dijo Boo.
En el Vaticano tienen que darse cuenta que el binomio Ortega-Murillo (donde ella manda más que él), no se anda con lindezas diplomáticas. No la tuvieron cuando expulsaron, “de la forma más inmediata posible”, en marzo pasado al Nuncio Apostólico en Managua, el reverendo polaco Waldemar Stanislaw Sommertag, puesto que ocupaba desde 2018.
Este formó parte el año pasado, como testigo y acompañante de las mesas de negociaciones entre el gobierno y la oposición. Para Ortega, los obispos mediadores nicaragüenses eran “unos terroristas” y “golpistas”, por ser, según el líder sandinista, “unos cómplices de fuerzas internas y de grupos internacionales que actúan en Nicaragua para derrocarme”.
CCJ NOTICIAS