“Humana communitas en la era de la pandemia: consideraciones intempestivas sobre el renacimiento de la vida”. Es el nuevo documento de la Pontificia Academia para la Vida (Pav) sobre las consecuencias de la crisis sanitaria causada por el coronavirus.
Desarrollar una ética del riesgo, poner en práctica la cooperación internacional y promover una solidaridad responsable: estos son los principios clave que figuran en el documento de la Pav -el segundo después del del 30 de marzo pasado titulado «Pandemia y hermandad universal»- dedicado a la emergencia mundial a raíz del virus Covid-19. El texto comienza con una pregunta: de la pandemia “¿Qué lecciones hemos aprendido? Más aún, ¿qué conversión de pensamiento y acción estamos dispuestos a experimentar en nuestra responsabilidad común por la familia humana?” A la primera pregunta, la Pav responde con «la lección de la fragilidad» que toca a todos, pero sobre todo a los hospitalizados, a los prisioneros, a “los abandonados destinados al olvido en los campos de refugiados del infierno”. Pero al mismo tiempo, otra lección ha resultado de esta enseñanza: la conciencia de que la vida es un regalo. Y más aún: la pandemia nos ha hecho comprender que todo está conectado y que “la depredación de la tierra”, las opciones económicas basadas en la avaricia y los consumos excesivos, “la prevaricación y el desprecio” de la creación también han tenido consecuencias en la propagación del virus.
El virus no conoce fronteras, unir fuerzas para encontrar la vacuna
También debe prestarse más atención -reitera la Academia- a “la interdependencia humana y a la vulnerabilidad común”, porque mientras los países “han sellado sus fronteras”, algunos incluso practicando “un cínico juego de culpas recíprocas”, el virus “no reconoce fronteras”. De ahí el llamamiento a “una sinergia de esfuerzos” para intercambiar información, prestar ayuda y asignar recursos. Hay que hacer un esfuerzo especial en el desarrollo de remedios y vacunas: en este ámbito, de hecho, “la falta de coordinación y cooperación se reconoce cada vez más como un obstáculo para abordar el Covid-19”. Mientras tanto -continúa Pav- la pandemia ha ampliado aún más la brecha entre los países ricos y pobres que han pagado “el precio más alto” porque ya carecen de recursos básicos y a menudo están plagados de otras enfermedades letales, como la malaria y la tuberculosis.
La atención de la salud es un derecho humano universal
¿Qué hacer, entonces? En primer lugar, el documento recuerda la importancia de la “ética del riesgo”, que comporta responsabilidades específicas hacia las personas cuya salud, vida y dignidad corren mayores riesgos. De hecho, “centrarse en la génesis natural de la pandemia, sin tener en cuenta las desigualdades económicas, sociales y políticas entre los países del mundo, – explica la nota – es no entender las condiciones que hacen que su propagación sea más rápida y difícil de abordar”. En segundo lugar, la PAV pide «esfuerzos mundiales y cooperación internacional» para que sea reconocido como un “derecho humano universal”, “el acceso a una atención de salud de calidad y a los medicamentos esenciales”.
La investigación científica sea responsable, libre y justa
Al mismo tiempo, se espera en una “investigación científica responsable”, es decir, íntegra, libre de conflictos de intereses y basada en reglas de igualdad, libertad y equidad. “El bien de la sociedad y las exigencias del bien común en el ámbito de la atención de la salud se anteponen a cualquier preocupación por el lucro”, señala la Academia. Esto porque “las dimensiones públicas de la investigación no pueden ser sacrificadas en el altar del beneficio privado”. De ahí también el énfasis en la importancia de la Organización Mundial de la Salud, para apoyar, sobre todo, “las necesidades y preocupaciones de los países menos adelantados que se enfrentan a una catástrofe sin precedentes”.
Hacer la propia parte para un futuro mejor
Por último, la Pontificia Academia para la Vida para la vida anhela la promoción de una solidaridad responsable, que sepa reconocer la igual dignidad de todas las personas, especialmente de las que están en situaciones de necesidad. “Todos estamos llamados a hacer nuestra parte”, subraya el documento, y por eso se necesitan estrategias políticas correctas y transparentes y procesos democráticos íntegros. “Una comunidad responsable es aquella en la que las cargas de la cautela y el apoyo recíproco se comparten” con miras al bienestar de todos.
La nota concluye invitando a una “actitud de esperanza” que va más allá de la resignación y la nostalgia del pasado: “Es hora – dice la Academia – de imaginar y poner en práctica un proyecto de convivencia humana que permita un futuro mejor para todos y cada uno”.