El Papa Francisco está seguro de esto y lo repite a todos: de la pandemia salimos mejores o peores. La crisis mundial exige un replanteamiento de los parámetros de la convivencia humana en clave solidaria. Sobre esta idea se basa el «Proyecto Covid – construir un futuro mejor», creado en colaboración por los dicasterios para la Comunicación y para el Desarrollo Humano Integral, que busca ofrecer un camino que desde el final de la pandemia lleve al inicio de una nueva fraternidad.
Es una cuestión de perspectiva. El mundo en cuarentena por el coronavirus, con sus actividades suspendidas, quiere recuperar su dirección, pero debe tener cuidado de tomar el camino correcto. Sobre todo, debe estar atento a no repetir errores ya cometidos. En primer lugar, pensar que la salud proviene del crecimiento económico. «El crecimiento es el objetivo equivocado. Lo que debemos buscar es el desarrollo humano, el desarrollo humano sostenible», dice Janet Ranganathan, vicepresidenta del «Research, Data, and Innovation of World Resource Institute», una de las expertas convocados por el Papa Francisco a la Comisión Covid-19 del Vaticano. Ranganathan tiene una idea. «Un primer paso concreto -propone- podría ser la convocatoria por parte del Papa Francisco de una cumbre con otros líderes religiosos para crear un ‘círculo virtuoso de sostenibilidad’, que continúe expandiéndose para involucrar a todo el planeta”. Esto, para evitar que las duras consecuencias del virus sean pagadas especialmente por los pobres.
Usted es miembro de la Comisión Vaticana COVID 19, el mecanismo de respuesta establecido por el Papa Francisco para hacer frente a una pandemia sin precedentes. Personalmente, ¿qué espera aprender de esta experiencia? ¿Cómo podrá, la sociedad en su conjunto, tomar inspiración de los trabajos de la Comisión?
R. – Espero aprender más sobre el papel de la Iglesia en el tratamiento de las crisis mundiales. Es probable que las mismas causas subyacentes hayan desempeñado un papel en crisis anteriores documentadas, por ejemplo, ya en la Biblia: «líderes» que representan sólo a unos pocos privilegiados, consumo excesivo de recursos naturales, preocupación por el hoy a expensas del mañana, falta de transparencia y de responsabilidad, y la incapacidad de evaluar cómo se reflejan entonces los efectos de los problemas y las respuestas en el tiempo y en un sistema calibrado de quién recibe los beneficios y quién paga los costos. La Comisión inspirará a otros (¡y a nosotros mismos!) si colaboraremos realmente en la creación/experimentación de enfoques que aborden las causas fundamentales del cambio climático, la inseguridad alimentaria e hídrica, las enfermedades y la desigualdad masiva. El imperativo de colaborar nunca ha sido tan grande.
El Papa Francisco pidió a la Comisión COVID 19 que prepare el futuro en lugar de prepararse para el futuro. En esta empresa, ¿cuál debería ser el papel de la Iglesia Católica como institución?
R. – El Papa Francisco debería unir fuerzas con otros líderes religiosos para crear un movimiento global y local que pida, vote a favor y lidere el discurso sobre la preparación de un futuro sostenible. La Comisión puede proporcionar las motivaciones, las etapas fundamentales e indicaciones para apoyar este movimiento. El tiempo es esencial. Un primer paso concreto podría ser la convocatoria, por parte del Papa Francisco, de una cumbre con otros líderes religiosos para crear un «círculo virtuoso de sostenibilidad» que continúe expandiéndose hasta involucrar a todo el planeta.
¿Qué enseñanzas personales (si las hay) ha sacado de la experiencia de esta pandemia? ¿Qué cambios concretos espera ver después de esta crisis, tanto a nivel personal como mundial?
R. – La pandemia pone de relieve el riesgo que deriva de la interconexión ambiental, social y económica a nivel mundial. Cada crisis mundial (cambio climático, pandemias, inseguridad alimentaria y del agua, recesiones, migraciones) agrava los problemas y vulnerabilidades existentes, especialmente para los pobres. Personalmente, he tenido la sensación de que la pandemia ha creado una brecha aún mayor entre mi familia «global» y yo. Después del final de esta crisis, espero que la desigualdad se eleve a lo más alto de las agendas políticas en todo el mundo y se convierta en una prioridad máxima también para mi organización. El cambio climático y la desigualdad tienen causas similares. Deben ser abordadas juntas.
No sabemos con certeza el origen del coronavirus, pero sabemos el daño que puede causar y está provocando. ¿Puede haber una conexión entre la pandemia de Sars-cov-2 y el cambio climático? Quiero decir, ¿podría el virus ser una señal de nuestra acción retardada?
R. – Es demasiado pronto para hacer afirmaciones oficiales sobre el origen de la pandemia de Covid. Es probable que sea de origen zoonótico. Las enfermedades zoonóticas y el cambio climático tienen un motor común: la conversión de los ecosistemas naturales. La pérdida de hábitats naturales conduce a un fuerte acercamiento entre los animales salvajes y los humanos. El cambio del territorio, en particular la deforestación, es uno de los principales factores que contribuyen al cambio climático (produce alrededor del 11% de los gases de efecto invernadero mundiales). El cambio climático, a su vez, afecta a la propagación de las enfermedades, modificando la dinámica de los reservorios-vectores y creando nuevos nichos ecológicos para las enfermedades y sus vectores. Los gobiernos pueden abordar conjuntamente las causas comunes que están en la raíz de las pandemias zoonóticas y del cambio climático, y dar prioridad a los esfuerzos para descarbonizar sus economías en los paquetes de recuperación económica.
Por lo tanto, si la comunidad internacional se compromete de manera decisiva contra la emergencia climática, ¿puede esto arrastrar la economía mundial hacia el crecimiento?
R. – El crecimiento es el objetivo equivocado. Lo que debemos buscar es el desarrollo humano, el desarrollo humano sostenible. Eso es lo que exigen los objetivos de desarrollo sostenible de las Naciones Unidas. Demasiados gobiernos han perseguido el crecimiento económico, permitiendo que se convierta en el «fin» en lugar del «medio”. Esto ha contribuido al aumento de las desigualdades y a la degradación de la base de recursos naturales que sostiene la vida en la Tierra. Las medidas eficaces contra el cambio climático deben formar parte integrante de los esfuerzos por reconfigurar las economías para lograr el desarrollo sostenible. Esto requiere un cambio de enfoque para abordar las causas que están en la raíz de las desigualdades y la degradación del medio ambiente, como los intereses especiales, el consumo excesivo, la falta de transparencia y de responsabilidad, etc., como dije anteriormente.
Pero el crecimiento por sí solo no es suficiente si sus beneficios no se distribuyen equitativamente. Y sin una mejor distribución de la riqueza, hay pocas posibilidades de combatir la emergencia climática de manera coordinada. ¿Está de acuerdo?
R. – Sí, exactamente. Necesitamos mejores parámetros para medir la salud de una economía. El PIB excluye el valor de los recursos naturales y el costo de las externalidades ambientales. Un país puede degradar su suelo, talar los bosques, contaminar el agua haciendo que estas actividades pasen por contribuciones económicas positivas. Los objetivos de desarrollo sostenible de las Naciones Unidas pueden medir lo que el PIB no hace, pero su exhaustividad (17 Objetivos de Desarrollo Sostenible, 169 metas y 232 indicadores) no es suficiente para proporcionar a los responsables de la formulación de políticas el necesario cuadro de referencia. Para abordar este problema, los gobiernos pueden involucrar a los ciudadanos en la definición de las prioridades de los Objetivos de Desarrollo Sostenible y de los objetivos más pertinentes para el contexto de su país.
Una vez más, resulta evidente que son bien conocidas las soluciones que podrían ofrecer a todos un futuro sostenible en esta «casa común» nuestra, que debemos entregar a las generaciones futuras en mejores condiciones que las que nos encontramos hoy en día. Pero es igualmente neta la sensación que se hace poco o nada. ¿Por qué?
R. – Una solución no es tal a menos que sea efectivamente implementada para resolver un problema. Y porque la mayoría de los problemas globales de los cuales me estoy ocupando están empeorando, o bien no tenemos las «soluciones» adecuadas, o no podemos hacer frente a las fuerzas que impiden su adopción. Regreso a lo que dije antes: tenemos que abordar las causas que están en la raíz de la desigualdad y la degradación del medio ambiente. Las mismas causas que están en su raíz se manifiestan como fuerzas que se oponen a la adopción de soluciones prometedoras y que pueden ofrecer a todos un futuro sostenible en nuestra «casa común». El dicho «la economía describe el problema, el gobierno lo explica» capta el sentido. Necesitamos fortalecer nuestros sistemas de gobierno, locales y globales, para ofrecer un futuro más sostenible y equitativo. La Iglesia puede ayudar a catalizar la demanda de tales cambios.
Todavía hay quienes sostienen que la batalla contra el cambio climático es asunto de los ecologistas. El Papa Francisco en Laudato si’ afirma que el clima es un bien común, por lo tanto, es un problema que concierne a todos. ¿Existe esta conciencia en los gobiernos? ¿O importa poco que en los próximos decenios los impactos más graves recaigan probablemente en los países en desarrollo?
R. – Cada vez que leo un informe que se refiere al cambio climático como unproblema ambiental, me dan ganas de borrarlo y sustituirlo por «problema de desarrollo». El cambio climático es un multiplicador de riesgos para otros problemas del desarrollo, como la inseguridad alimentaria y del agua, la desigualdad, los conflictos y la migración causados por la falta de recursos, las enfermedades y los incendios, por citar sólo algunos. Y aunque sus efectos nos perjudicarán a todos, los países pobres y los grupos vulnerables serán sin duda los más afectados. Mi sensación es que en la mayoría de los gobiernos hay individuos que entienden este aspecto, pero sus voces no son las de la mayoría y rara vez son las más fuertes. Para afrontar esto, necesitaremos un movimiento global sostenido desde abajo que pida actuar. Aquí la Iglesia puede jugar un papel importante en la preparación de un futuro sostenible, catalizando y canalizando el movimiento.