Con motivo del 16º centenario de la muerte de San Jerónimo, el Papa Francisco firmó este miércoles 30 de septiembre la Carta Apostólica “Scripurae Sacrae affectus” en la que destaca la “estima por la Sagrada Escritura, un amor vivo y suave por la Palabra de Dios escrita” como la “a herencia que san Jerónimo ha dejado a la Iglesia a través de su vida y sus obras”.
En este nuevo documento Pontificio, el Santo Padre lamenta que “en muchas familias cristianas nadie se siente capaz –como en cambio está prescrito en la Torá– de dar a conocer a sus hijos la Palabra del Señor, con toda su belleza, con toda su fuerza espiritual”.
Según reconoció el Pontífice, ese es el motivo que le llevó a establecer el Domingo de la Palabra de Dios, “animando a la lectura orante de la Biblia y a la familiaridad con la Palabra de Dios”.
San Jerónimo, “estudioso, traductor, exegeta, profundo conocedor y apasionado divulgador de la Sagrada Escritura; fino intérprete de los textos bíblicos; ardiente y en ocasiones impetuoso defensor de la verdad cristiana; ascético y eremita intransigente, además de experto guía espiritual, en su generosidad y ternura. Hoy, mil seiscientos años después, su figura sigue siendo de gran actualidad para nosotros, cristianos del siglo XXI”, afirma el Pontífice en su Carta Apostólica.
El Papa comienza la Carta Apostólica narrando un hecho decisivo en la vida de San Jerónimo: “El 30 de septiembre del año 420, Jerónimo concluía su vida terrena en Belén, en la comunidad que fundó junto a la gruta de la Natividad”.
“De este modo se confiaba a ese Señor que siempre había buscado y conocido en la Escritura, el mismo que como Juez ya había encontrado en una visión, cuando padecía fiebre, quizá en la Cuaresma del año 375”.
El Santo Padre explica que “en ese acontecimiento, que marcó un viraje decisivo en su vida, un momento de conversión y cambio de perspectiva, se sintió arrastrado a la presencia del Juez: ‘Interrogado acerca de mi condición, respondí que era cristiano. Pero el que estaba sentado me dijo: Mientes; tú eres ciceroniano, tú no eres cristiano’”.
“San Jerónimo, en efecto, había amado desde joven la belleza límpida de los textos clásicos latinos y, en comparación, los escritos de la Biblia le parecían, inicialmente, toscos e imprecisos, demasiado ásperos para su refinado gusto literario”.
Este episodio central de la vida de San Jerónimo lo impulsó a tomar la decisión “de consagrarse totalmente a Cristo y a su Palabra, dedicando su existencia a hacer que las palabras divinas, a través de su infatigable trabajo de traductor y comentarista, fueran cada vez más accesibles a los demás”.
Fruto de ese llamado de San Jerónimo es la Vulgata, la traducción de la Biblia del hebreo y griego original al latín. “La Europa medieval aprendió a leer, orar y razonar en las páginas de la Biblia traducidas por Jerónimo”.
El Pontífice subraya en la Carta que los estudios de San Jerónimo sobre la Sagrada Escritura ponen de relieve que la Escritura no la “podemos leer por nuestra cuenta: La Biblia ha sido escrita por el Pueblo de Dios y para el Pueblo de Dios, bajo la inspiración del Espíritu Santo. Sólo en esta comunión con el Pueblo de Dios podemos entrar realmente, con el “nosotros”, en el núcleo de la verdad que Dios mismo quiere comunicarnos”.
“Jerónimo nos enseña que no sólo se deben estudiar los Evangelios, y que no es solamente la tradición apostólica, presente en los Hechos de los Apóstoles y en las Cartas, la que hay que comentar, sino que todo el Antiguo Testamento es indispensable para penetrar en la verdad y la riqueza de Cristo”.
Señala el Papa que “el amor apasionado de san Jerónimo por las divinas Escrituras está impregnado de obediencia. En primer lugar, respecto a Dios” y también “la obediencia a quienes en la Iglesia representan la tradición interpretativa viva del mensaje revelado”.
“Podemos considerar a san Jerónimo como un ‘servidor’ de la Palabra, fiel y trabajador, completamente consagrado a favorecer en sus hermanos de fe una comprensión más adecuada del ‘depósito’ sagrado que les ha sido confiado”.
El Papa Francisco finaliza su carta afirmando que “verdaderamente, Jerónimo es la ‘biblioteca de Cristo’, una biblioteca perenne que dieciséis siglos después sigue enseñándonos lo que significa el amor de Cristo, un amor que no se puede separar del encuentro con su Palabra”.