El sacerdote Quique Bianchi comparte con Vatican News una reflexión sobre el sentido de la Semana Santa en el actual ambiente dominado por la pandemia del coronavirus. Sus pensamientos nos llevan a responder a la pregunta ¿Cómo animarnos, fieles y sacerdotes, para celebrar esta Semana Santa?
Estamos a pocos días de comenzar una Semana Santa que va a pasar a la historia como una de las más singulares de la historia moderna. Las celebraciones litúrgicas, siempre tan ricas y concurridas, tendrán que celebrarse a puertas cerradas y sin la presencia del pueblo. Esta extraña modalidad lleva implícita una pregunta pastoral: ¿cómo animar a los fieles para celebrar esta Semana Santa?
Visto desde la vida pastoral de las parroquias sabemos que las celebraciones del Domingo de Ramos y el Triduo Pascual son momentos fuertes. En Semana Santa la gente está con una tendencia interior a la contemplación del misterio pascual. Todas las celebraciones se viven de un modo muy especial. Esto tiene su raíz en el hecho de que el misterio pascual es el corazón de nuestra fe: en la muerte de Jesucristo en la cruz y en su resurrección se cifra el sentido último de nuestra vida.
En Semana Santa penetramos con nuestra vida en ese ámbito de misterio que brota de la entrega de Cristo por amor a nosotros. Es un tiempo para concentrar nuestra mirada en Jesús y su amor redentor. Las celebraciones son la ocasión para que contemplemos su Pasión, no como simples espectadores, sino como actores de ese drama. Son nuestros pecados los que carga camino al Calvario. La cruz que lleva con la infinita fuerza de su amor es también la nuestra. La mujer fuerte al pie de la cruz nos es dada ese día y para siempre como nuestra Madre y compañera. Y también, cuando al amanecer de Domingo de Pascua, la creación entera se estremece por la resurrección de Cristo, llega un eco a nuestro corazón que lo inunda de alegría.
Lo vivido en esa semana nos ayudan a entrar en contemplación y participación del misterio pascual ¿Cómo hacerlo este año? ¿Qué podemos hacer que esta Semana Santa no pase desapercibida? ¿Qué puede hacer un párroco -solo y encuarentenado en su parroquia- para ayudar a los fieles a configurar sus vidas con la Pasión salvadora de Jesucristo?
Este momento es para nosotros
Lo primero -en el caso de un sacerdote- es resistir a la tentación de desentenderse de la situación. La excusa está servida en bandeja: “no se puede hacer nada”. La caridad pastoral no puede conformarse con eso. En el fondo de un corazón de pastor siempre hay un llamado a buscar lo que Dios hace en su pueblo y colaborar con esa obra. El que ama siempre encuentra caminos.
Además, no podemos ser indiferentes a todas las zozobras que está pasando la gente en estos momentos. Los noticieros están llenos de muertos y peligros por el avance del virus. El aislamiento no es fácil para ninguna familia. Sobre todo, para las que no tienen todo resuelto para quedarse en la casa y necesitan salir a ganarse el pan del día. Los cristianos llevamos en el ADN el reclamo de hacernos hermanos del que sufre. En ese sentido, esta situación abre un gran campo de trabajo pastoral en las parroquias ayudando a los que más necesitan. Pero en el fondo, lo que todos precisamos ante esta epidemia de miedo y soledad es un consuelo. Y nada más consolador que la certeza de la presencia amorosa de Dios en nuestras vidas. Eso necesita hoy nuestro pueblo y la Semana Santa nos ofrece una ocasión inmejorable de sembrarlo.
Rezar juntos, pero cada uno en su casa
Una idea sencilla me resulta una brújula en estos momentos: “invitar a rezar juntos pero cada uno en su casa”. Buscar caminos para animar la oración de las familias en aislamiento en esta Semana Santa. Esto aprovechando los senderos de oración que recorre el pueblo fiel. Dios es quien está en búsqueda de su pueblo y suscita siempre formas de encuentro más allá de lo que proponemos los pastores.
En esta ocasión, una línea de acción puede ser animar la oración del pueblo de Dios ayudando a que se sientan parte de un cuerpo en oración. Por ejemplo, desde las parroquias se podría buscar que cada familia en sus casas sienta que verdaderamente están participando de las celebraciones que se hagan en las parroquias. El decreto de la Santa Sede del 25 de marzo recomienda avisar los horarios de las celebraciones y -en lo posible- transmitirlas en directo.
En esta situación el uso de las redes sociales puede ser un camino providencial. Personalmente, hasta antes de este aislamiento, tenía mis reparos con estas redes y el modo en que frecuentemente se usan. Sin negar sus innumerables posibilidades de ponernos en contacto con los demás, siempre me pareció que su ritmo interno tiende a establecer una relacionalidad más superficial que vital. Un ámbito más propio para vivir una lógica de consumo que una relación verdaderamente humana. Cualquiera sabe que no es lo mismo un “amigo” de las redes que un amigo en la vida. Sin embargo, creo que esta pandemia nos está mostrando a todos que las redes pueden también generar un vínculo profundamente humano. Ante la imposibilidad de la presencia física de nuestros seres queridos hemos aprendido a percibir en nuestro espíritu un nuevo modo de presencia, mediada por una pantalla. Esa densidad humana que puede llegar a tomar una presencia virtual es lo que tenemos que aprovechar en la evangelización, especialmente en esta Semana Santa. (Estos modos de presencia es algo que la teología tendría que ayudarnos a pensar).
Desde ahí podríamos pensar las celebraciones en la parroquia. No se trata sólo de “transmitir la misa por internet”. No podemos hacer de la misa un “contenido viralizable” para el entretenimiento de los ocasionales espectadores (en este sentido parece ir la indicación del decreto de la Santa Sede cuando habla de transmisión en directo, no grabada).
Lo que hay que buscar es fomentar en la gente una verdadera participación desde sus hogares. Rezar juntos, cada uno en su casa. La asamblea convocada en torno al altar es signo de la comunión de los santos. Esta vez es imposible la reunión física. Apenas se puede intentar una especie de reunión mediatizada por las pantallas. Aun así, nada impide que esa asamblea dispersa físicamente -pero unida en un mismo espíritu- también pueda significar, de un modo análogo, la comunión de los santos.
En el terreno práctico, si la transmisión se hace por Youtube (cosa muy sencilla y económica), esta plataforma ofrece la posibilidad de ver la celebración en el televisor. Se puede invitar a la familia a que disponga el hogar para la celebración armando un altar debajo del televisor, con las imágenes religiosas de la casa, con una vela encendida. Preparando el ambiente para asistir a la misa del modo más parecido posible a la presencia en el templo. Después de todo, las primeras celebraciones cristianas eran en las casas.
También, la imposibilidad de la comunión sacramental puede dejarnos una enseñanza. Entrar en verdadera comunión con Cristo es mucho más que comer el pan sacramentado. Comulgar con Cristo es formar en Él un cuerpo de hermanos. La Eucaristía, fuente de la vida cristiana, es una gracia que nos transforma configurándonos a una existencia fraterna, como la de Jesús. Nos lleva a sentirnos hermanos de cada uno, especialmente de los débiles y sufrientes. La misa es un envío (missio) a construir la hermandad de la familia humana. Un genuino fervor eucarístico nos llevaría más a tenderle nuestra mano a esos hermanos que a extrañar el pan y el vino consagrados.
Por último, sabemos que muchos mantienen la saludable costumbre de confesarse en Semana Santa. En esta oportunidad el sacramento de la reconciliación va a resulta inaccesible. Pero en la doctrina de la Iglesia existe la posibilidad de un -si se me permite la expresión- “perdón sin sacerdote”. Es algo de lo que poco hablamos en la Iglesia y que se lo conoce como “contrición perfecta” (Catecismo 1451-1452). En este punto el papa Francisco -verdadero párroco del mundo- nos dio una lección de cómo explicarlo su misa en Santa Marta del 20 de marzo:
“Es muy claro: si no encuentras un sacerdote para confesarte, habla con Dios, que es tu Padre, y dile la verdad: ‘Señor, he hecho esto, esto, esto… Perdóname’, y pídele perdón con todo mi corazón, con el Acto de Dolor, y prométele: ‘Me confesaré más tarde, pero perdóname ahora’. Y de inmediato, volverás a la gracia de Dios. Tú mismo puedes acercarte, como nos enseña el Catecismo, al perdón de Dios sin tener un sacerdote a mano. Piensa en ello: ¡es la hora! Y este es el momento adecuado, el momento oportuno. Un acto de dolor bien hecho, y así nuestra alma se volverá blanca como la nieve”.
En definitiva, más allá de los miedos, más allá del dolor y de la muerte que parecen campearse triunfantes estos días, tenemos una certeza que estamos llamados a contemplar y compartir en esta Semana Santa más que nunca: el amor de Cristo -entregado en la cruz- es más fuerte que todos los males y nos sostiene cada día. ¡No dejemos que un virus nos robe la Semana Santa!
CCJ NOTICIAS