“El Nombre de Jesús es la luz de los predicadores, pues es su resplandor el que hace anunciar y oír su palabra”, decía San Bernardino de Siena, gran propagador del amor al Santísimo Nombre de Jesús.

San Bernardino nació en Massa Marittima, Italia, en 1380, quedó huérfano y fue criado por una tía. Desde pequeño le gustaba jugar a armar altares e imitar a los sacerdotes cuando predicaban en torno a la Palabra de Dios. Siendo un adolescente no dejó de conservar su corazón piadoso. Se ejercitó siempre en la guarda de los sentidos y en mantener una vida de gracia, a través de la oración y la frecuencia de los Sacramentos. Eso lo fortaleció en la virtud de la pureza, que entendía como el cuidado de quien ama las cosas espirituales, a Dios y a uno mismo.

Cuando tenía 20 años, una gran peste golpeó la Toscana, región donde vivía. Él y sus amigos decidieron presentarse como ayudantes voluntarios al hospital de la ciudad, para atender a los enfermos. Así lo hicieron por varios años, hasta que desapareció la epidemia. Más adelante sería aceptado en la Orden de los Frailes Menores de San Francisco de Asís, fue ordenado sacerdote y se abocó a la prédica, siendo muy cuidadoso en la elaboración de sus sermones.

Como propagador de la devoción al Santísimo Nombre de Jesús y la Eucaristía, solía portar una tablilla, a veces sostenida en el pecho, en la que se mostraba una hostia consagrada, de la que se despedían rayos de luz alrededor, y en cuyo centro podía verse el monograma IHS, que el Santo ayudó a popularizar como símbolo de la Eucaristía.

Víctima de una serie de comentarios y rumores confusos, a San Bernardino le tocó vivir una difícil prueba: fue suspendido como predicador por el Papa Martín V. Providencialmente, la intervención de San Juan Capistrano, quien conocía de su virtud y abnegación, lo ayudó a arreglar dicha situación.

San Bernardino de Siena fue también un gran reformador de la Orden Franciscana y un destacado organizador. Con ingenio y confianza en la Providencia llegó a fundar más de 200 monasterios. En la madurez, fue convocado para ser obispo, y el Papa lo dispensó de tal encargo hasta en tres oportunidades, dado que Bernardino le rogó siempre que lo dejaran en lo que consideraba su humilde servicio.

De acuerdo a sus biógrafos, presagiando que el final de su vida se acercaba, presenció una aparición de San Pedro Celestino, quien le confirmó que su muerte estaba cerca. Nuestro Santo partió a la Casa del Padre en 1444 y solo seis años más tarde fue canonizado.

CCJ NOTICIAS.

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