San Francisco Caracciolo fue un religioso italiano que fundó, junto al sacerdote Agustín Adorno, la Orden de Clérigos Regulares Menores, de la que fue superior general.
A este Santo le decían “el predicador del amor de Dios» porque constantemente hacía alusión en su prédica a la misericordia que Dios tiene con los pecadores. Francisco era un fiel devoto de la Santísima Virgen y Dios le concedió el don de hacer curaciones. En reiteradas ocasiones devolvió la salud a los enfermos con solo hacer la señal de la cruz.
De mente inquieta y de alma dócil a las mociones del Espíritu Santo, encabezó varias iniciativas para extender el Reino de Dios a través de la vida religiosa. Fue el fundador de un gran convento en Nápoles, que pronto se llenó de nuevos religiosos, e hizo lo mismo en Madrid, Valladolid y Alcalá en España.
Francisco Caracciolo nació el 13 de octubre de 1563 en la región de los Abruzos (Italia). A los 22 años le dio una enfermedad a la piel que parecía incurable. Francisco le prometió a Dios que si lo curaba, dedicaría su vida al sacerdocio y al apostolado. De esta manera, curado de milagro, decidió cumplir con su promesa y empezó a prepararse para el sacerdocio. Se fue a Nápoles, y allá, apenas ordenado sacerdote, se unió a un grupo de religiosos que se dedicaba a asistir a los presos de las cárceles.
En 1588 el Papa Sixto V aprobó la nueva Congregación que Francisco y sus compañeros fundaron y les fue concedida la edificación que está junto a la famosa Basílica Santa María la Mayor. Los miembros de la Orden -a los que se les conoce como Caracciolos o caracciolinos- trabajaban en las cárceles y hospitales, anunciando al Señor en difíciles circunstancias, recorriendo calles y pueblos. El trabajo para el Reino de Dios era duro, pero el tiempo dedicado a la oración y a la vida en común era su sustento.
En 1607 Francisco Caracciolo renunció al cargo de superior general para dedicarse a la oración y la meditación. En su habitación, en Nápoles, fue encontrado varias veces en el suelo con los brazos en cruz, en éxtasis de cara a su crucifijo.
Murió a los 44 años víctima de unas fiebres intensas, el 4 de junio del año 1608.
Fue beatificado por el papa Clemente XIV el 4 de junio de 1769 y canonizado por el Papa Pío VII el 24 de mayo de 1807.
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