San Felix de Nola fue un obispo romano que padeció las persecuciones de los emperadores romanos Decio y Valeriano, por lo que es venerado como confesor de la fe y mártir, aunque no murió de manera violenta.
Lo que se conoce de este santo proviene de la biografía elaborada a fines del siglo IV por el Obispo de Nola de ese entonces, San Paulino, quien además lo tuvo como su santo protector. También escribieron sobre él Beda el Venerable, San Agustín y Gregorio Turonense.
A partir de estas fuentes se sabe que nació en Nola (hoy territorio de Italia) en el siglo III y que fue hijo de un noble sirio. Abrazó el servicio apostólico desde muy joven, distribuyó su herencia entre los pobres al morir su padre y luego fue ordenado sacerdote por el Obispo de Nola de ese entonces, San Máximo.
Durante las persecuciones fue encarcelado y, según la leyenda, liberado por un ángel. Habiendo sobrevivido a la furia desatada por el emperador Decio, Félix se vio nuevamente amenazado, junto con toda su comunidad, por las disposiciones que dictó el emperador Valeriano contra los cristianos, entre los años 256 y 257.
Al morir el Obispo Máximo los cristianos de Nola quisieron que Félix ocupara la silla episcopal, pero él rehusó tal dignidad, prefiriendo continuar su misión evangelizadora como presbítero.
Murió el 14 de enero, se cree que del año 260. Fue enterrado en Nola y su sepulcro se convirtió en lugar de peregrinación. En Roma le fue consagrada una basílica.
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