Cada 26 de mayo la Iglesia universal celebra a San Felipe Neri, quien sigue inspirando a todos aquellos que queremos vivir la alegría auténtica, esa que brota del Evangelio y que se traduce en amor a Dios y a los hermanos. ¿Cuál fue el “secreto” de San Felipe para conocer y vivir esa alegría? El mismo Santo nos responde: “Quien quiera algo que no sea Cristo, no sabe lo que quiere; quien pida algo que no sea Cristo, no sabe lo que pide; quien no trabaje por Cristo, no sabe lo que hace”.
San Felipe Neri fue el fundador del célebre Oratorio en Roma y de la Congregación del Oratorio, integrada por sacerdotes seculares y seglares; y es reconocido como el patrono de educadores y humoristas.
Felipe Neri nació en Florencia (Italia) en 1515. Muy pronto quedó huérfano de madre, pero la segunda esposa de su padre fue para él y sus hermanos una verdadera mamá. A los 17 años fue enviado a la comuna de San Germano para que aprendiera de negocios. En ese lugar, paradójicamente, tuvo una experiencia profunda de encuentro con Dios, a la que él solía referirse como su “conversión”. Dios quería, sin lugar a dudas, que Felipe se ocupe de otro tipo de “negocios”. Así, el joven florentino dejó San Germano y se fue a Roma, sin dinero y sin un proyecto claro, solo confiando en la Divina Providencia.
Consiguió un trabajo educando a los hijos de un aduanero natural de Florencia, como él. Los chicos se sentían muy a gusto bajo la dirección de Felipe y con el dinero que ganó pudo, más adelante, iniciar sus estudios de filosofía y teología pero, cuando parecía que se le abría una brillante carrera, abandonó las aulas para entregarse de lleno al apostolado.
En la Víspera de Pentecostés de 1544, mientras estaba en oración y pedía que el Espíritu Santo le conceda sus dones, del cielo descendió una bola de fuego que se posó sobre su pecho. San Felipe cayó al suelo pidiendo al Señor que se detenga, hasta que perdió la consciencia. Cuando la recuperó plenamente, tenía un bulto en el pecho del tamaño de un puño, el que permaneció allí sin causarle jamás dolor alguno, como un signo de que el Espíritu de Dios permanecería siempre con él.
Con el tiempo vendría la primera organización fundada por propia iniciativa: la Cofradía de la Santísima Trinidad, conocida como la Cofradía de los pobres. Felipe, embarcado en un apostolado fértil y cada vez más sólido, se preparó para el orden sacerdotal. Una vez ordenado, dio ejemplo de servicio a las almas a través de la confesión, a la que dedicaba largas horas del día. Con frecuencia caía en éxtasis mientras celebraba Misa y no son pocos los testimonios de quienes lo vieron levitar mientras sostenía a Cristo Eucaristía en las manos.
El P. Felipe solía organizar conversaciones espirituales con jóvenes y niños, que terminaban con la visita y la adoración al Santísimo. Tenía un carisma especial con los más pequeños, a quienes congregaba y protegía del abandono y los males propios de las ciudades. Aquellas reuniones comenzaron a hacerse conocidas entre la gente, que empezó a llamar a los concurrentes “oratorianos”, ya que San Felipe las convocaba tocando la campana para rezar en su oratorio. De allí, posteriormente, nacería la Congregación del Oratorio.
Alguna vez, la Virgen María se le apareció para consolarlo en medio de una enfermedad que lo aquejaba, probablemente un mal de la vesícula. La Madre de Dios le concedió el milagro de quedar definitivamente curado y, siendo él mismo un hombre íntegro, caracterizado por la sencillez, una alegría serena y la humildad, recibió el don de curar a otros, a lo que se sumaba la capacidad de leer los pensamientos y de profetizar.
El 25 de mayo de 1595, día del Corpus Christi, a San Felipe Neri se le vió especialmente desbordante de alegría. Se sentó en el confesionario, administró el sacramento de la reconciliación durante todo el día y recibió a varios visitantes. Ese fue sorprendentemente el día de su muerte. Hacia la medianoche, ya más reposado, sufrió un ataque al corazón y partió a la Casa del Padre.
“¡Oh Señor que eres tan adorable y me has mandado a amarte!, ¿por qué me diste tan solo un corazón y este tan pequeño?”, palabras del Santo que nos hacen pensar precisamente en lo contrario, es decir, en la grandeza de su corazón: sus restos revelaron que el Santo tenía dos costillas rotas, que se habían arqueado previamente como para dejar más sitio al corazón. Estos reposan hoy en la Iglesia de Santa María en Vallicella.
CCJ NOTICIAS.