El Papa Francisco destacó la cultura del cuidado como condición indispensable para la paz, en un momento en que el mundo se encuentra acosado por la pandemia de coronavirus y por conflictos en numerosos lugares.
El Santo Padre hizo esta reflexión en el mensaje por la próxima Jornada Mundial de la Paz, que se celebrará el 1 de enero de 2021, con el lema “La cultura del cuidado como camino de paz”.
Se trata de un mensaje en el que el Pontífice expresa sus deseos de que “la humanidad pueda progresar en este año por el camino de la fraternidad, la justicia y la paz entre las personas, las comunidades, los pueblos y los Estados”.
El mensaje, difundido este jueves 17 de diciembre, está dirigido de forma especial a los Jefes de Estado y de gobierno, y también a los responsables de las organizaciones internacionales, a los líderes espirituales y a los fieles de diversas religiones.
El Papa comienza subrayando lo evidente: “El año 2020 se caracterizó por la gran crisis sanitaria de COVID-19”. A continuación, dirige su pensamiento a los afectados por la pandemia, quienes han perdido a familiares o seres queridos y quienes han perdido su empleo por culpa del virus, sin olvidar a los profesionales de la sanidad “que se han esforzado y siguen haciéndolo, con gran dedicación y sacrificio, hasta el punto de que algunos de ellos han fallecido”.
El Pontífice subraya que los eventos vividos, y que aún se viven, debido a la pandemia, “nos enseñan la importancia de hacernos cargo los unos de los otros y también de la creación, para construir una sociedad basada en relaciones de fraternidad”.
Por ese motivo, en el mensaje de este año ha decidido reflexionar sobre “la cultura del cuidado como camino de paz. Cultura del cuidado para erradicar la cultura de la indiferencia, del rechazo y de la confrontación, que suele prevalecer hoy en día”.
En el mensaje se presenta a Dios Creador como origen de la vocación humana al cuidado y como modelo mismo de cuidado.
Podemos leer: “La Sagrada Escritura presenta a Dios no sólo como Creador, sino también como Aquel que cuida de sus criaturas, especialmente de Adán, de Eva y de sus hijos. El mismo Caín, aunque cayera sobre él el peso de la maldición por el crimen que cometió, recibió como don del Creador una señal de protección para que su vida fuera salvaguardada”.
Pero es en la vida y en el ministerio de Jesús donde se encarna “el punto culminante de la revelación del amor del Padre por la humanidad”.
Jesús transmite esa cultura del cuidad a sus seguidores, a los discípulos y apóstoles, en cuya vida se evidencia la cultura del cuidado.
“Las obras de misericordia espirituales y corporales constituyen el núcleo del servicio de caridad de la Iglesia primitiva”, señala el Papa Francisco en su mensaje.
En la Iglesia, explica el Papa, la cultura del cuidado se fundamenta en los principios de la doctrina social de la Iglesia.
De la doctrina social de la Iglesia se obtiene “la promoción de la dignidad de toda persona humana, la solidaridad con los pobres y los indefensos, la preocupación por el bien común y la salvaguardia de la creación”.
En ese sentido, el Papa ofrece algunos principios interesantes: El cuidado como promoción de la dignidad y de los derechos de la persona: “Cada persona humana es un fin en sí misma, nunca un simple instrumento que se aprecia sólo por su utilidad, y ha sido creada para convivir en la familia, en la comunidad, en la sociedad, donde todos los miembros tienen la misma dignidad”.
“De esta dignidad derivan los derechos humanos, así como los deberes”, recuerda el Santo Padre.
Otro principio derivado de la doctrina social de la Iglesia citado por Francisco es el cuidado del bien común, porque “cada aspecto de la vida social, política y económica encuentra su realización cuando está al servicio del bien común”.
Por lo tanto, “nuestros planes y esfuerzos siempre deben tener en cuenta sus efectos sobre toda la familia humana, sopesando las consecuencias para el momento presente y para las generaciones futuras”.
A continuación, el Papa cita el cuidado mediante la solidaridad, una solidaridad que expresa “concretamente el amor por el otro, no como un sentimiento vago, sino como determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien común”.
“La solidaridad nos ayuda a ver al otro no como una estadística, o un medio para ser explotado y luego desechado cuando ya no es útil, sino como nuestro prójimo”.
Y, finalmente, el Papa cita el cuidado y la protección de la creación.
Todos esos principios, expresa el Papa, constituyen una “brújula” que debe estar siempre a mano de los responsables de las organizaciones internacionales y de los gobiernos, de los medios de comunicación social, de las instituciones educativas, economistas y científicos “para dar un rumbo común al proceso de globalización, un rumbo realmente humano”.
Esa brújula, “permitiría apreciar el valor y la dignidad de cada persona, actuar juntos y en solidaridad por el bien común, aliviando a los que sufren a causa de la pobreza, la enfermedad, la esclavitud, la discriminación y los conflictos” y “convertirse en profetas y testigos de la cultura del cuidado”.
Asimismo, subraya que “la promoción de la cultura del cuidado requiere un proceso educativo y la brújula de los principios sociales se plantea con esta finalidad, como un instrumento fiable para diferentes contextos relacionados entre sí”.
El Santo Padre ofreció algunos ejemplos: “La educación para el cuidado nace en la familia, núcleo natural y fundamental de la sociedad, donde se aprende a vivir en relación y en respeto mutuo. Sin embargo, es necesario poner a la familia en condiciones de cumplir esta tarea vital e indispensable”.
Otro ejemplo: “Las religiones en general, y los líderes religiosos en particular, pueden desempeñar un papel insustituible en la transmisión a los fieles y a la sociedad de los valores de la solidaridad, el respeto a las diferencias, la acogida y el cuidado de los hermanos y hermanas más frágiles”.
El Papa Francisco finaliza su mensaje con una advertencia: “No hay paz sin la cultura del cuidado”. En ese sentido, invita a fijar la mirada en María para no ceder “a la tentación de desinteresarnos de los demás, especialmente de los más débiles; no nos acostumbremos a desviar la mirada”.