Cada 11 de octubre, la Iglesia celebra al Papa San Juan XXIII, hombre excepcional, una de las figuras más importantes del siglo XX y símbolo de una Iglesia que sale al encuentro del hombre moderno para recordarle que Dios, desde la eternidad, lo sigue invitando a compartir su vida, a alcanzar la plenitud y a dar frutos de santidad.

El “Papa Bueno”, como solía llamársele, dio el impulso necesario para que la Iglesia se renueve y pueda alzar su voz con mayor claridad en medio de un mundo que se construye cada vez más a espaldas de Dios.

Con todo, su más grande legado fue, sin duda, su santidad. Así lo hizo ver San Juan Pablo II en la homilía de la Misa celebrada con ocasión del traslado de sus restos en el año 2001: “Quisiera subrayar de modo particular que el don más valioso que el Papa Juan XXIII ha dejado al pueblo de Dios es él mismo, es decir, su testimonio de santidad” (Solemnidad de Pentecostés – 3 de junio de 2001).

Asimismo, el Papa Peregrino recordó en aquella ocasión unas palabras que Juan XXIII pronunció alguna vez, pensando en los santos y en los Pontífices sepultados en la Basílica de San Pedro: «¡Oh, los santos, los santos del Señor, que por doquier nos alegran, nos animan y nos bendicen!».

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