En el dolor y en las tragedias de estos meses hay un hecho importante que se impone a nuestra atención y que al mismo tiempo que agrega dolor al dolor es una fuente de admiración y – al final – de consuelo. Es el grupo de personas que llevan las consecuencias de la pandemia, incluso la muerte, porque se dedican generosamente y con todas sus fuerzas al servicio de los demás, tanto en cuerpo como en espíritu. Es correcto darles un tributo común de gratitud, que ciertamente no solo es retórico, sino muy sincero, para todos. Médicos, enfermeros, sacerdotes, voluntarios … En las zonas más afectadas, su número es muy alto, no solo entre los que se enferman, sino también entre los que mueren.

En tiempos de gran sufrimiento, hay quienes entienden que son llamados por una vocación profesional, religiosa o personal para exponer sus vidas a los demás. Si no se protegen del riesgo, no es por irresponsabilidad y ligereza, sino por un sentido del deber animado por el amor que es más fuerte que el miedo.

El 11 de septiembre de 2001, alrededor de 3.000 personas murieron en el terrible ataque contra las Torres Gemelas. 343 de estos eran bomberos dedicados a operaciones de rescate. Su heroísmo ha sido una de las fuerzas más efectivas para animar a los neoyorquinos en la reconstrucción moral y física después de la destrucción. Y si los bomberos fueron las personas más expuestas y más visibles, a ellos se les debe agregar la gran cantidad de médicos, enfermeros, voluntarios de todo tipo que acudieron de inmediato a la ayuda con total generosidad, sin perder ni un minuto pensando en sí mismos. Un gran ejemplo. Pero se podría seguir y seguir. ¿Cuántas veces durante terremotos, inundaciones u otras catástrofes hemos sido testigos de maravillosos movimientos de solidaridad espontánea y desinteresada, sin calcular esfuerzos y riesgos…?

Entonces, cuando hay mucho sufrimiento … vemos que también hay mucho amor. Un amor que, si es posible, está listo para gastarse sin cálculo, hasta el punto de dar vida. A menudo nos sorprendemos. Vemos a personas que considerábamos «normales» manifestar una grandeza humana y espiritual que no conocíamos, no sospechábamos. Quizás ellos mismos aún no habían tenido la oportunidad de comprender cuánto podían dar, hasta que el dolor del otro, como un desafío, les mostró cómo podrían ser llamados … Hay algo muy grande y misterioso en esta relación entre el dolor y amor. Casi parece que el dolor es el terreno en el que el amor puede crecer más allá de nuestras expectativas y alcanzar picos donde el razonamiento y el habla fallan, un fuego intenso arde en el corazón. Lo hemos visto muchas veces en la dedicación de los cónyuges y las personas que se aman frente a las enfermedades más dolorosas. Entonces el amor se vuelve tan intenso y tan grande que logra transformar una historia de sufrimiento atroz en una historia de amor cada vez mayor. El sufrimiento y la muerte reciben un sentido alto e inesperado.LEA TAMBIÉN18/04/2020

«No hay amor más grande que dar vida», dice Jesús. Y nos invita a comprender su Pasión en esta luz y a entrar también nosotros por el camino de este amor. «No hay amor más grande que dar vida», es algo que todos pueden entender casi con ímpetu, si no se han secado completamente por el egoísmo.

Pandemia, época de grandes sufrimientos, época de grandes amores. El virus es contagioso. Pero el amor también puede ser contagioso. Muchos de los niños de los bomberos de Nueva York que murieron el 11 de septiembre mientras crecían, también querían convertirse en bomberos, para imitar a sus padres en un servicio en el que están dispuestos a dar sus vidas por los demás. El ejemplo de médicos, enfermeros y enfermeras, sacerdotes, aquellos que se han puesto al servicio de los enfermos, dispuestos a dar sus vidas, es una de las lecciones más importantes que este tiempo debe dejarnos. Es el alma precioso de todas las otras lecciones que intentaremos aprender. Sin ésta, las otras valdrán de poco.

CCJ NOTICIAS

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