Ya afectado por el hambre, la sequía, el paludismo y las enfermedades relacionadas con la falta de higiene, el Níger decretó un toque de queda para detener la pandemia. El padre Mauro Armanino, misionero en el país, denuncia: la asistencia sanitaria esta colapsando, sin dinero para el tratamiento se deja morir a la gente delante de los hospitales. La Iglesia en minoría combate con la oración y apoyando a la población.

El coronavirus tampoco perdona a Níger, país de África Occidental más pobre del mundo. Los primeros casos de contagio se registraron el viernes pasado y las autoridades gubernamentales actuaron inmediatamente ordenando un toque de queda general con el cierre de escuelas y la prohibición de celebraciones en mezquitas e iglesias. «En la capital, Niamey, durante dos semanas no se permitirá que ningún medio de transporte entre o salga de la ciudad, estará completamente aislada» explica el Padre Mauro Armanino, misionero de la Sociedad de Misiones Africanas, que desde hace años vive junto a la población nigerina, compartiendo sus dolores y esperanzas.

Esta pandemia se ensaña con un país que ya ha sido doblegado por otras enfermedades mortales y corre el riesgo de colapsar el precario sistema nacional de salud…

R.- El sistema de salud ya es muy débil. Existen algunos hospitales gubernamentales, varias clínicas privadas y un hospital de referencia ofrecido por China, pero sólo puede utilizarse en casos especiales. Sin embargo, todas las instalaciones juntas son inadecuadas porque Níger ya está sufriendo enfermedades que están destruyendo a la población. La primera enfermedad, si se puede llamar así, es el hambre. Luego está el paludismo, que también afecta de manera significativa a los jóvenes, sin olvidar las enfermedades relacionadas con la falta de agua y la falta de servicios higiénicos. Vivimos siempre en un contexto de precariedad.

¿Es cierto que si no tienes dinero, no eres curado?

R.- Si llegas a la sala de emergencias del hospital de Niamey y no tienes dinero para pagar las medicinas, los guantes y todos los productos que necesitas para ser tratado, te dejan morir en la entrada, sin siquiera ser tomado en consideración. Así que, como bien se puede entender, la pandemia añade fragilidad a un sistema ya frágil en el que la política asume un papel depredador, porque no busca el bien de la población.

¿Cómo está reaccionando la Iglesia en esta situación?

R.- Hace unos días atrás, el Arzobispo de Niamey convocó a una reunión del consejo presbiteral en la que se destacó que se está pasando de una emergencia a otra. En 2015 las iglesias de la antigua capital fueron destruidas, en 2018 mi hermano, el Padre Luigi Maccalli, fue secuestrado, y luego en dos parroquias de nuestra diócesis, por razones de seguridad ligadas al terrorismo, no hay sacerdotes que puedan dirigir las comunidades. Y ahora el desastre del virus está sobre nosotros. La nuestra es una religión minoritaria: entre católicos y protestantes habrá como máximo setenta mil de una población de al menos veinte millones de habitantes. Tratamos de hacer lo que podemos.

Ciertamente es una comunidad que no se desanima…

R.- Pero sufre mucho. Sin embargo, damos nuestra contribución en primer lugar con la oración: el viernes pasado también nos unimos a la oración del Papa Francisco en San Pedro. Y luego con la presencia de los sacerdotes entre la gente. Nuestras comunidades tratan de existir resistiendo y resistiendo existir, a pesar de esta dolorosa y atormentada realidad.

CCJ NOTICIAS

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